Ni oprimir ni ser oprimidos

Donde quiera que aparezca y en cualquiera que se encarne, la opresión es un mal cuya naturaleza no cambia con el pase de unas manos a otras. Sea éste o aquél o el de más allá el que la ejerza, el mal siempre es lo mismo. Los anarquistas, por esto, no combaten la opresión por quienes la practican, sino por sí misma. Y en consecuencia afirman su lema: Ni oprimir ni ser oprimidos, lo que señala su ideal como el más altamente moral. Los demás combaten la opresión en las personas o en la clase que la hacen pesar sobre ellos, pero con el afán de que pase a sus manos el ejercicio de ella. La diferencia entre unos y otros es de fundamentos éticos, pues mientras unos, combatiendo a la opresión por sí misma, tienden a destruir el mal, los otros, combatiendo unos opresores para eregirse ellos en su lugar, no hacen más que perpetuarlo.
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De la vida cotidiana a la transformación social

Probablemente, el mayor desafío para todo sujeto que se reclame anarquista, sea romper, en la práctica misma, con todo ese conjunto de valores y conductas heredadas de una crianza autoritaria. Esa conducción “educativa” basada en “mentiras blancas”, manipulaciones, chantajes y miedos, sin duda queda muy inculcada en nuestro subconsciente en los primeros años de vida, y evidentemente condiciona también nuestros años posteriores. El individuo religioso/conservador que llevamos dentro, se transforma, sin darnos cuenta, en la peor barrera para establecer realmente relaciones sociales libertarias… y luchar contra ese monstruo resulta para todos prioritario e indispensable.
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