Existe un patrón para la manipulación y la tergiversación de la historia que es evidente en cada una de las victorias que lxs activistas no violentxs reivindican. La posición pacifista requiere que el éxito sea atribuible a las tácticas pacifistas y sólo a éstas; mientras que el resto de nosotrxs cree que el cambio proviene de todo el espectro de tácticas presente en cualquier situación revolucionaria, siempre que se desplieguen de forma efectiva. Porque ningún conflicto social relevante exhibe una uniformidad de tácticas e ideologías; lo cual nos permite afirmar que todos estos conflictos muestran tácticas pacifistas e indudablemente no pacifistas. Pero lxs pacifistas deben borrar aquellas narraciones de la historia que discrepan con ellxs o, alternativamente, acusar de sus fracasos a la presencia, en el mismo contexto, de la lucha violenta.
En el caso de la India, la historia cuenta que la gente, bajo el liderazgo de Gandhi, desarrolló un movimiento masivo no violento, activo durante décadas e involucrado en protestas, desobediencia civil, boicots económicos, huelgas de hambre ejemplares y actos de no cooperación para hacer impracticable el imperialismo británico. Sufrieron masacres y respondieron con un par de disturbios, pero, en general, el movimiento fue no violento y, después de perseverar durante décadas, lxs índixs ganaron su independencia, proporcionando un nada desdeñable sello de victoria a la causa pacifista. La historia es, en realidad, algo más complicada, en ella muchas de las presiones violentas también llevaron a los británicos a la decisión de renunciar. Los británicos habían perdido la habilidad de mantener el poder colonial después de perder millones de tropas y un gran número de recursos durante dos guerras mundiales extremadamente violentas, la segunda de las cuales devastó especialmente a la “madre patria”. Las luchas armadas de militantes árabes y judíos en Palestina, desde 1945 hasta 1948, debilitaron aún más al imperio británico, e hicieron que constituyera una clara amenaza la posibilidad de que lxs índixs abandonaran la desobediencia civil para tomar las armas en masa si los ignoraban; este hecho no puede ser excluido como un factor determinante para que los británicos tomaran la decisión de renunciar a la administración colonial directa.
Nos damos cuenta de que esta amenaza es aún más directa cuando comprendemos que la historia del movimiento de independencia de la India como pacifista es un retrato selectivo e incompleto; la no-violencia no fue universal en la India. La resistencia al colonialismo británico incluyó la suficiente militancia para que el método Gandhiano fuera visto como una de las variadas formas efectivas de resistencia popular. Como parte del patrón universal distorsionado, lxs pacifistas borran aquellas otras formas de resistencia y ayudan a propagar la falsa historia en la que Gandhi y sus discípulos fueron el único timón de la resistencia India.Se ignoran importantes líderes radicales tales como Chandrasekhar Azad, quien combatió en la lucha armada contra los colonos británicos; o revolucionarios tales como Bhagat Singh, quien ganó un apoyo masivo hacia los bombardeos y los asesinatos como parte de una lucha que quería lograr el “derrocamiento tanto del capitalismo índio, como del extranjero”.
Las guerrillas urbanas tales como el grupo compuesto por judíxs sionistas y comunistas en Crackovia, hicieron volar con éxito trenes de reserva y raíles, sabotearon fábricas de guerra y asesinaron a oficiales del gobierno. Judíxs y otros grupos partisanos a lo largo y ancho de Polonia, Checoslovaquia, Bielorrusia, Ucrania y los países Bálticos también llevaron a cabo actos de sabotaje en lineas de reserva alemanas y combatieron a tropas de las SS. En palabras de Bauer, “en Polonia del Este, Lituania y la Unión Soviética occidental, por lo menos 15000 judíxs partisanos lucharon en los bosques, y por lo menos 5000 judíxs no armados vivían allí protegidos -toda o buena parte del tiempo- por lxs luchadorxs”. En Polonia, un grupo de partisanxs, lideradxs por los hermanos Belsky, salvaron a más de 1200 mujeres, hombres y niñxs judíxs, en parte llevando a cabo asesinatos por venganza contra aquellos que actuaron como delatores o señalaron a fugitivos. Similares grupos de partisanos en Francia y Bélgica sabotearon la infraestructura de guerra, asesinaron a oficiales nazis y ayudaron a la gente a escapar de los campos de concentración. Sin nombrar a lxs judíxs comunistas que hicieron descarrilar un tren que se dirigía a Auschwitz, y ayudaron a varios centenares de lxs judíxs que transportaba a escapar. Durante una rebelión en los campos de concentración de Sobibor en octubre de 1943, lxs resistentes asesinaron a varios oficiales nazis y permitieron escapar a cuatrocientxs de los seiscientxs reclusxs. Dos días después de la revuelta, Sobibor fue clausurado. Una rebelión en Treblinka, en agosto de 1943, destruyó dicho campo de concentración, y no fue reconstruido. Lxs participantes de otra insurrección en Auschwitz, en octubre de 1944, destruyeron uno de los crematorios. Todas estas violentas revueltas redujeron el Holocausto.
En comparación, las tácticas no violentas (y, dicho esto, los gobiernos aliados cuyos bombarderos podrían fácilmente haber ganado Auschwitz y otros campos) fracasaron al no derribar o destruir ni un solo campo de exterminio antes del fin de la guerra.
No conozco activistas, revolucionarixs o teóricxs relevantes para el movimiento hoy en día que aboguen sólo por el uso de tácticas violentas y se opongan a cualquier uso de tácticas que se podrían denominar como no violentas. Somos partidarixs de una diversidad de tácticas, -refiriéndome a una combinación efectiva extraída de un registro completo de tácticas que conducirán a la liberación de todos los componentes opresivos del sistema: la supremacía blanca, el patriarcado, el capitalismo y el Estado-. Creemos que las tácticas se deberían escoger en función de la situación particular, no a partir de un código moral preconcebido.
En el mundo actual, los gobiernos y las empresas sostienen un monopolio casi total del poder, cuyo aspecto más importante es el uso de la violencia. A menos que cambiemos las relaciones de poder (y, preferiblemente, destruyamos la infraestructura y la cultura del poder centralizado para hacer imposible la subyugación de la mayoría por una minoría), aquellxs que a menudo se benefician de la ubicuidad de la violencia estructural, quienes controlan los ejércitos, los bancos, las burocracias y las empresas, seguirán detentando el poder. La élite no puede ser persuadida a través de llamadas a su conciencia. Los pocos individuos en el poder que cambien de opinión serán despedidos, sustituidos, retirados, desaparecidos o asesinados.
Una y otra vez, la gente que lucha no por una determinada reforma sino por la completa liberación, por la reivindicación del control sobre nuestras propias vidas y el poder para negociar nuestras propias relaciones con la gente y con el mundo que está a nuestro alrededor, encontrará que la no violencia no funciona, que afrontamos una estructura de poder que se auto-perpetúa, que es inmune a las llamadas de conciencia y que es suicientemente fuerte como para desechar a lxs desobedientes y a lxs que no cooperan. Debemos reivindicar las historias de resistencia para entender porqué hemos fracasado en el pasado y cómo, exactamente, nos planteamos los limitados éxitos que conseguimos. Debemos también aceptar que todas las luchas sociales, excepto aquellas llevadas a cabo por gente completamente pacífica e inefectiva, incluyen una multiplicidad de tácticas. Dándonos cuenta de que la no violencia en realidad nunca ha producido victorias que condujeran a objetivos revolucionarios, se abre la puerta para considerar seriamente otros fallos presentes en la no violencia.
La no violencia declara que los Índios Americanos podrían haber luchado contra Colón, George Washington, y todos los demás carniceros genocidas mediante sentadas; que Crazy Horse, usando la resistencia violenta, se volvió parte del ciclo de la violencia y fue “tan malo como” Custer. La no violencia afirma que los africanos y africanas podrían haber detenido el comercio de esclavxs con huelgas de hambre y peticiones, y que aquellos que se amotinaron fueron tan malos como sus captores; que el amotinamiento, una forma de violencia, conduce a más violencia, y, de esta manera, la resistencia conduce a más esclavitud. La no violencia se niega a reconocer que estos esquemas sólo funcionan para la gente blanca privilegiada, que tiene un estatus protegido por la violencia, como perpetradoras y beneficiarias de la jerarquía que la ejecuta.
Recientemente critiqué al movimiento anti-guerra estadounidense, diciendo que se merecían compartir la culpa de la muerte de tres millones de vietnamitas por ser tan complacientes con el poder del Estado. Un pacifista respondió a mi acusación sosteniendo que la culpa era de (yo esperaba que él dijera que sólo era de los militares norteamericanos ¡pero no!) Ho Chi Minh y los líderes vietnamitas, por practicar a lucha armada. (Tampoco este pacifista considera a lxs vietnamitas capaces de haber dado un gran paso popular hacia la resistencia violenta por sí mismxs, o bien les culpa por ello igualmente.) Uno se lleva la impresión de que si hubiera habido un mayor número de gitanos, judíos, gays y otrxs colectivos que hubieran resistido violentamente al Holocausto, lxs pacifistas lxs hubieran culpado de la matanza.
Podemos decir, resumiendo, que la no violencia asegura el monopolio de la violencia al Estado. Los Estados (las burocracias centralizadas que protegen al capitalismo, preservan la supremacía blanca, el orden patriarcal; e implementan la expansión capitalista) sobreviven gracias a asumir el rol de ser el único que utiliza la fuerza violenta en sus territorios de manera legitimada. Cualquier lucha contra la represión necesita de un conflicto con el Estado. Lxs pacifistas hacen el trabajo del Estado al pacificar a la oposición. Los Estados, por su parte, desaniman a la militancia contenida dentro de la oposición e incitan a la pasividad. Algunxs pacifistas niegan esta mutua relación de dependencia al sentenciar que al gobierno le gustaría que abandonaran su disciplina no violenta y se entregaran a la violencia, o cuando afirman que el gobierno incluso espolea la violencia de sus detractorxs, y que muchxs activistas que instan a la “violencia” son, en realidad, provocadores gubernamentales. Así argumentan que son lxs “violentos” quienes verdaderamente actúan como títeres del Estado. Aunque en algunos casos el gobierno de los Estados Unidos ha usado infiltradxs para animar a los grupos de resistencia a atesorar armas o a planear acciones violentas (por ejemplo, en los casos del atentado de Molly Maguires y Jonathan Jackson, durante la huelga en los juzgados), debe establecerse una distinción crítica. El gobierno sólo anima la violencia cuando está seguro de que dicha violencia podrá ser contenida y no se le escapará de las manos. En definitiva, inducir a un grupo de resistencia a actuar prematuramente o a caer en una trampa, elimina el potencial para la violencia de dicho grupo, al garantizar una condena fácil a prisión de por vida, o bien, en casos en los que ya está en marcha un proceso judicial, permite acabar más rápidamente con lxs radicales. En conjunto, y en casi todos los otros casos, las autoridades pacifican a la población y disuaden de la rebelión violenta.[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=Geg_6Xoy04s[/youtube]Hay una razón clara para ello. Contrariamente a las fatuas reivindicaciones de lxs pacifistas que, de alguna manera, les empoderan al excluir la mayor parte de sus opciones tácticas, los gobiernos de todas partes reconocen que abrirse a un activismo revolucionario ilimitado supone una de las mayores amenazas para el poder. Aunque el Estado siempre se ha reservado el derecho a reprimir a quien desee, los gobiernos modernos “democráticos” tratan a los movimientos sociales no violentos con objetivos revolucionarios como amenazas potenciales, más que reales. Espían a dichos movimientos para estar atentos a su desarrollo, y usan “el palo y la zanahoria” para hacer que esta multitud de movimientos simpatice con unos canales totalmente pacíficos, legales, e inefectivos de lucha. Los grupos no violentos podrían estar sujetos a recibir una buena paliza -por ejemplo-, pero tales grupos no son objetivos a eliminar (excepto por gobiernos regresivos o enfrentados a un periodo de emergencia que amenace su estabilidad). Por otro lado, el Estado trata a los grupos radicales como amenazas reales e intenta neutralizarlos con una contra insurgencia altamente desarrollada y operaciones de guerra interna. Centenares de sindicalistas, anarquistas, comunistas y agricultorxs militantes fueron asesinadxs durante las luchas anticapitalistas de fines del XIX y de principios del siglo XX. Durante las últimas generaciones de luchas de liberación, el FBI apoyó a los paramilitares asesinando a sesenta activistas y partidarios del American Indian Movement (AIM) en la Reserva de Pine Ridge, y el FBI, la policía local, y agentes pagados asesinaron a docenas de miembrxs del Black Panther Party, de la Republic of New Afrika, y del Black Liberation Army,así como otros grupos.
Permitir las protestas no violentas mejora la imagen del Estado. Lo quieran o no, la disidencia no violenta juega el papel de una oposición leal en una representación que dramatiza la disensión y crea la ilusión de que el gobierno democrático no es elitista o autoritario. Lxs paciistas pintan al Estado como benévolo porque le dan la oportunidad de tolerar una crítica que en realidad no amenaza su funcionamiento continuado. Una protesta colorida, concienzuda y pasiva frente da una base militar sólo hace mejorar la imagen del PR del ejército; y es que ¡sólo un ejército justo y humano toleraría que se hicieran protestas delante de su puerta principal!. Una protesta de este tipo es como meter una flor en el cañón de una pistola. No impide que la pistola pueda disparar.
Lo que la mayoría de lxs pacifistas parece no entender es que la libertad de expresión no nos empodera, y que no es una libertad igualitaria. La libertad de expresión es un privilegio que puede ser (y de hecho es) bandera del gobierno cuando ésta sirve a sus intereses. El Estado tiene el incontestable poder de quitarnos nuestros “derechos” y la Historia nos muestra el ejercicio regular de este poder. Incluso en nuestra cotidianidad podemos intentar decir lo que queramos a nuestrxs jefxs, juecxs o a lxs oficiales de policía, y a menos que seamos esclavxs complacientes, una lengua libre y honesta nos conducirá a funestas consecuencias. En situaciones de emergencia social, las limitaciones de la “libertad de expresión” se vuelven aún más pronunciadas. Consideremos por ejemplo a lxs activistas encarceladxs por pronunciarse en contra de las quintas en la Primera Guerra Mundial y a la gente que fue arrestada en el 2004 por protestar durante los eventos en los que Bush intervenía. La libertad de expresión sólo es libre en la medida en que no constituye una amenaza y no tiene la posibilidad de desafiar al sistema.
Pero en lugar de ajustar los medios (nuestras tácticas) a la situación a la que nos enfrentamos, se supone que tenemos que llevar a cabo nuestras decisiones basándonos en unas condiciones que ni siquiera están presentes, actuando como si la revolución ya hubiera ocurrido y como si ya viviéramos en un mundo mejor). Esta renuncia sistemática a estrategias olvida que ni siquiera los loados títeres de la no violencia, Gandhi y King, creían que el pacifismo fuera una panacea universalmente aplicable. Martin Luther King Jr. estaba de acuerdo con la idea de que aquellxs que hacen imposible la revolución pacífica sólo hacen inevitable la revolución violenta. Dada la creciente consolidación de los medios de comunicación (la presunta herramienta aliada de lxs activistas no violentxs), y la creciente represión de los poderes del gobierno, ¿podemos realmente creer que un movimiento pacifista podrá superar al gobierno a la hora de no comprometer sus intereses?
La visión pacifista de la lucha, basada en una dicotomía polarizada entre violencia y no violencia, no es realista y además es contraproducente.
Además, es difícil ver claramente cómo un movimiento de liberación, usando una diversidad de tácticas, puede dirigir su lucha. Los grupos específicos deben decidir esto por sí mismos, basándose en las condiciones a las que se enfrentan; no basándose en las prescripciones de una determinada ideología. Según todas las probabilidades, no obstante, un movimiento de liberación antiautoritario debe enfatizar la construcción de una cultura autónoma que pueda resistir al control mental de los medios de comunicación y la fundación de centros sociales, escuelas libres, clínicas libres, agricultura comunitaria y otras estructuras que puedan apoyar las comunidades en resistencia. La gente occidentalizada debe desarrollar relaciones sociales colectivas. Para dichos crecimientos en el norte global, ser unx anarquista no te salva de ser imbuido de formas individualistas, basadas en el castigo y en el privilegio de interacción social. Debemos emplear modelos de trabajo de justicia restaurativa o transformadora, de modo que verdaderamente no necesitemos ni a la policía ni las prisiones. Mientras seamos dependientes del Estado, no lo derrocaremos jamás.
Hacer aumentar la aceptación de las tácticas radicales no es un trabajo fácil, debemos llevar a la gente, gradualmente, hacia la aceptación de formas más radicales de lucha. Si la única elección que podemos hacer es entre tirar bombas y votar, la mayoría de nuestrxs aliadxs potenciales elegirán votar. Y aunque el condicionamiento cultural debe ser superado antes de que la gente pueda aceptar y practicar las más peligrosas y mortales tácticas, dichas tácticas no pueden ser situadas en la cúspide de ninguna jerarquía. Fetichizar la violencia ni siquiera mejora la efectividad del movimiento, ni tampoco preserva sus cualidades antiautoritarias.
Debemos aceptar, siendo realistas, que la revolución es una guerra social, no porque nos guste la guerra, si no porque reconocemos que el status quo es una guerra de baja intensidad y desafiar al Estado tiene como resultado una intensificación de esta guerra. Debemos aceptar también que la revolución precisa del conflicto interpersonal, porque ciertas clases de personas están empeñadas en defender las instituciones centralizadoras que debemos destruir. La gente que sigue deshumanizándose a sí misma actuando como agentes de la ley y del orden deben ser derrotadxs por cualquier medio que sea necesario, hasta que ya no puedan impedir la realización autónoma de nuestras necesidades.
Con la valentía y la resistencia empoderadora suiciente, nos podremos mover más allá de pequeñas victorias para lograr una victoria ulterior contra el Estado, el patriarcado, el capitalismo, la supremacía blanca, el especismo, el sistema tecnoindustrial, etc. La revolución es imperativa, y la revolución requiere lucha. Hay muchas formas efectivas de lucha y algunos de estos métodos pueden conducirnos hacia los mundos con los que soñamos. Para encontrar uno de los caminos correctos debemos observar, asesorar, criticar, comunicarnos, y, sobre todo, aprender haciendo.
>Quiero suspirar un momento.La reacción es algo que no se puede negar en el ser humano, es una conducta normal.Es estúpido dejarle una flor en la culeta del cañón al militar de turno, pero es más estúpido ser parte de un bando que te quiere ver siempre con uniforme de guerra. No comparto tu opinión con respecto a la no violencia, yo creo que sí es un aporte y de hecho creo que mucho más que la violencia, la cual indudablemente llega (de que llega, llega)pero no he visto beneficio en eso, aparte del deporte que lanzar molotvs constituye para algunos.Me gustaría saber dónde puedo conseguirme el libro para leerlo y estar bien informado.Saludos NICOLÁS
la principal lucha recae en la re-construcciòn de unx mismx.
volver a lo natural, respirar la empatia y fluir junto a la luna.
aprender del desapego es aprender a desconectarse de la gran maquina movida por el dinero.