Hace ya más de cuarenta años que descubrí que vivía en una sociedad patriarcal y que el feminismo era una manera de transformar este sistema de dominación masculina en un sistema democrático en donde ni el sexismo, el racismo, la explotación capitalista o cualquier otra discriminación institucionalizada, oprimiera a las personas o destruyera la naturaleza. Desde entonces vengo escribiendo sobre el patriarcado y sus instituciones en distintos artículos y ensayos pero no fue hasta mi ida a Guatemala, gracias a una invitación de Las Cuerdas, que realmente comprendí el valor agregado de trabajar la erradicación del patriarcado a través de la visibilización, análisis y desmantelamiento de cada una de las instituciones que lo mantienen.
Como ya he dicho en otras partes, el concepto de patriarcado es antiguo y no necesariamente un aporte de las teorías feministas. Engels lo denominó, en su famosa obra “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada” como el sistema de dominación más antiguo. Pero fueron las teorías feministas de los años 60s y 70s del pasado siglo las que actualizaron este concepto dejado atrás por los cientistas sociales por referirse, según ellos, solamente a civilizaciones antiguas. Fue en esas décadas que descubrimos que el patriarcado se había ido transformando a partir de la institucionalización del dominio de los hombres adultos sobre las mujeres de todas las edades y los niños de la familia patriarcal, en un sistema de dominio masculino generalizado a toda la sociedad. Vimos que este sistema de dominio que nosotras quisimos seguir llamando patriarcado implica que todo lo relacionado con lo masculino tiene más valor y poder en cada una de las instituciones de la sociedad aunque no implica que las mujeres no tengamos ningún tipo de poder, ni de derechos, influencias o recursos.
Tampoco implica que todos los hombres gocen de los mismos privilegios. En efecto, si bien en sus orígenes históricos pudo ser así, la experiencia de dominación aprendida sirvió para que algunos grupos de hombres la proyectaran hacia otros grupos de hombres, instalando una jerarquía entre ellos que es más o menos igual en cada cultura o región: el varón propietario o con poder adquisitivo, en edad productiva, sin discapacidades físicas y heterosexual, en la cima de la jerarquía en todo el mundo, agregándose algunas características más según la región. Por ejemplo, en la nuestra, para estar en la cima ese varón también tiene que ser blanco y cristiano.
Por eso cuando una mujer comparte una de las condiciones que sitúan al varón en una de las categorías inferiores en la escala jerárquica entre hombres, dicha condición se hace parte de la de género y se convierte en una triple discriminación que es más que la suma de las dos discriminaciones. Así, por ejemplo, la mujer que comparte su condición de indígena con el varón de su misma categoría no vive la discriminación étnica de la misma manera que él, ni vive la discriminación de género de la misma manera que las mujeres no indígenas: frente al varón indígena, es discriminada por ser mujer; frente a las mujeres blancas, por ser indígena y frente a todas las instituciones patriarcales que mantienen la jerarquía del “hombre modelo”, por ser “mujer indígena”.
Pero para entender cómo es que se entretejen todas estas formas de discriminación y opresión, es necesario entender que el patriarcado se mantiene y reproduce en sus distintas manifestaciones históricas, a través de múltiples y variadas instituciones. Llamo institución patriarcal a un conjunto de prácticas, creencias, mitos, relaciones, organizaciones y estructuras establecidas en una sociedad cuya existencia es constante y contundente y que junto con otras instituciones estrechamente ligadas entre sí, crean y transmiten de generación en generación la desigualdad. Estas instituciones funcionan como pilares en el mantenimiento del “hombre modelo” en la cima de cada una de ellas de manera que todo lo relacionado con él se sobrevalore por encima de otros valores. Estas jerarquías en cada institución funcionan como mecanismos que oprimen a todas las mujeres y a casi todos los hombres. Así por ejemplo, en lo que yo llamo la institución de la estética eurocéntrica, en la cima está lo que el hombre eurodescendiente ha definido como bello y su objetivización de la vida es lo que se define como arte. En esta institución, la creación artística indígena, por ejemplo, es calificada como “primitiva”, descalificándola así como verdadero “arte” de manera que en la cima está lo creado por los hombres europeos y en la base está “la artesanía”.
Un problema serio para las y los que deseamos erradicar el patriarcado es que hay demasiadas instituciones. Por ejemplo están: el mercado omnisapiente, el lenguaje ginope [que invisibiliza lo femenino], la familia patriarcal, la educación adultocéntrica, la maternidad forzada, la historia robada, la heterosexualidad obligatoria, las religiones misóginas, el trabajo sexuado, el derecho masculinista, la ciencia monosexual, la medicina androcéntrica, la violencia femicida, el pensamiento dicotómico, etc.
No niego que existen excelentes estudios sobre el lenguaje sexista o la familia patriarcal o el efecto de los ajustes estructurales o cualquiera de estas formas de sexismo que yo he querido llamar instituciones patriarcales. Pero lo cierto es que esos estudios generalmente se han hecho sin poner atención a las otras instituciones y sin explicitar que cada una está íntimamente ligada a las otras o que se puede acceder a ellas sin transformarlas. Por eso nos es difícil entender cómo el lenguaje inclusivo, o la participación de las mujeres en los centros de poder o la visibilización y comprensión de que hay discriminación etaria o racista dentro del movimiento, no han debilitado al Patriarcado.
Digo que hay un valor agregado en entender las distintas manifestaciones del sexismo como instituciones patriarcales porque nos permite comprender que si bien las mujeres hemos podido acceder a muchas de ellas y que si bien también hemos logrado cuestionar otras, el patriarcado se mantiene porque para derrocarlo es necesario deshacernos de todas sus instituciones: antes que nada tenemos que visibilizarlas como institución patriarcal y desmenuzar cada una de sus estructuras para entender cuánto y de qué manera benefician al “hombre modelo” y cuánto y de qué manera excluyen a quienes tenemos menos poder por estar más abajo en la jerarquía patriarcal. También debemos concientizarnos de los efectos que sus mandatos han tenido en nuestras vidas, colectivizar nuestras experiencias y nuestros “insights” sobre su funcionamiento, compartir nuestras resistencias frente a cada una de ellas para fortalecernos como movimiento que busca la transformación de estas sociedades y, finalmente, entretejer nuestros sueños con los de otros movimientos para tener éxito antes de que ese “hombre modelo” destruya nuestra madre tierra.
Escrito por Alda Facio.
Extraído desde: www.juliaardon.com