“No somos ángeles ni computadoras, sino animales. (…) Por eso nuestra celebración de los animales es una autocelebración. Y nuestra conciencia animalista es un componente esencial de nuestra propia autoconciencia.” Jesús Mosterín
La frase anterior, tomada del filósofo animalista Jesús Mosterín, no fue puesta allí como expresión de elegancia en la escritura
(elemento probablemente ausente en este texto). Antes bien, traigo a colación esas palabras iniciales porque son capaces de cuestionar una idea que se ha naturalizado, la de que existe una radical división entre “lo humano” y “lo animal”. Así pues, sostendré que tal división es producto de la construcción simbólica de la superioridad humana ligada a una máquina de jerarquización concreta
(fundada, como toda máquina de jerarquización, en relaciones de poder).
Escribo en medio, y a propósito, de dos sucesos importantes: 1) la muerte de “Sacha” -perra entrenada en la búsqueda de explosivos y minas antipersonales- durante la “Operación Sodoma” en donde fue asesinado el guerrillero de las FARC Víctor Julio Suárez Rojas o “Jorge Briceño”, más conocido como el “Mono Jojoy”. Y 2) la celebración antecedente del “día mundial de los animales”. Es decir, me ubico en el contexto de guerra que nos incumbe directa o indirectamente, querámoslo o no, a quienes (pero no solo a quienes) habitamos ese espacio económico, político, social y cultural al que han decidido llamar arbitrariamente Colombia. Asimismo, me sitúo como alguien que celebra y respeta profundamente la miríada de singularidades que constituyen los animales no-humanos.
El “día mundial de los animales” remite comúnmente a Florencia, Italia, lugar donde se reunieron un conjunto de ecologistas durante una convención, efectuada en 1931, que dio pie para la celebración que se repetiría anualmente e impulsaría eventos alrededor del globo cada 29 de abril. No obstante, originalmente el día de la festividad era el 4 de octubre: día de San Francisco de Asís, “patrono” de “los animales y el medio ambiente”. Hoy por hoy, el 4 y el 29, muchas comunidades religiosas, y principalmente las católicas, destinan un tiempo para la “bendición de los animales”.
No solo el 4 tiene ecos en el 29, la “Edad Media” de Francisco de Asís tiene “ecos” en la “Modernidad” o “Postmodernidad” (para quienes gusten del término). Ya que precisamente en esa “época oscura” y aparentemente lejana fue donde emergieron con fuerza las grandes preocupaciones por establecer los límites entre “el hombre” -como sinónimo de “lo humano”- y “el animal”. Para ese entonces el discurso hegemónico entendía “lo humano” como un compuesto de alma y cuerpo, el alma vendría a ser la mejor parte puesto que llevaba la impronta de Dios. Consecuentemente, el hombre era hombre en virtud de su alma racional, de la racionalidad con la que dominaba su cuerpo y entorno. “El animal”, de forma opuesta, se mostraba incapaz de autocontrol. La conclusión era obvia: unos se hallaban fabricados y fabricadas para gobernar y otros para ser gobernados.
El discurso dualista alma racional/cuerpo y gobernante/gobernado, se prolongará hasta nuestros días filtrado por el pensamiento cartesiano y por mil y una teorías científicas o no. Incluso ante la ruptura radical que supone el trabajo de Darwin. La “cultura”, el “lenguaje”, la “racionalidad” en sus diferentes empaques, etcétera, jugarán el papel de las cualidades divinas que nos posicionan por encima de “lo animal”. Este discurso no pone sencillamente de manifiesto capacidades diferentes sino que, antes bien, intencionalmente o no, selecciona unas cuantas y les otorga la fuerza capaz de reproducir relaciones de dominación. La competencia interespecífica, la cadena trófica, etcétera, en tanto naturalizaciones esencialistas (pasando por alto los comportamientos cooperativos, los elementos comunes, entre otras cosas) integrarán igualmente ese mundo simbólico destinado a perpetuar constantemente relaciones de poder. “Los animales”, desde la perspectiva de la dominación, deberán por su naturaleza ser nuestro alimento, vestimenta, entretenimiento… ser nuestros esclavos y esclavas .
Teniendo en cuenta lo dicho, la muerte de “Sacha” no nos parece extraña, y aunque muchas personas expresen su sentimiento de pesar, éste no logra romper con la maraña simbólica. “Sacha” es claramente una víctima, una víctima de conocimiento público, sin embargo, hay otras víctimas animales-no-humanas de la guerra y la industria militar en todo el mundo. Al igual que “Sacha”, ellas son obligadas a experimentar horrores que les deberían ser ajenos: minas, explosivos de diversa índole, ataques a zonas concretas, abandono en entornos post-bélicos, experimentos en sus cuerpos con fines de desarrollo de nuevas armas, “animales-bomba”, animales-no-humanos usados como recursos en general, animales-no-humanos asesinados con el fin de entrenar a cirujanos de guerra, y la lista sigue.
La construcción simbólica de la superioridad humana, a su vez, tiene lugar en una compleja máquina de jerarquización cuya cúspide es ocupada por “lo humano”, luego viene “lo animal” compuesto por “animales de compañía”, en peligro de extinción, “silvestres”, “de consumo” y finalizando en los invertebrados. Este tipo de máquinas funcionan sobre la base de garantizar los intereses de quienes ocupan la punta y, básicamente, permiten que unos actúen para otros u otras y no para ellos mismos y ellas mismas. Podemos citar otras máquinas de jerarquización ya no instituidas sobre la “especie” sino sobre la “raza”, el “sexo”, la “clase social”, etcétera. El patrón fundacional es el mismo: el poder, el trato de otro u otra como un medio y no como un fin en sí mismo, la satisfacción de unos intereses a costa de los de los otros y otras. Análogamente, el componente simbólico conduce al lugar de la naturalización de las relaciones: “los animales deben ser comidos, deben ser domados”, “las mujeres están hechas para parir, criar y dedicarse a las labores del hogar”…En el escenario planteado -y teniendo en cuenta que las máquinas sostienen relaciones entre ellas para crear realidades ultra-complejas (no es azaroso que el mundo “esté diseñado” para “humanos machos blancos de clase alta”)- lo mejor que podemos hacer es luchar por la ABOLICIÓN de las jerarquizaciones en todas sus formas. Así como, por ejemplo, el “día del trabajo” deberá reivindicar el fin del trabajo alienado y de las clases sociales, en el día mundial de los animales-no-humanos se deberán escuchar gritos de rabia y esperanza por la total abolición de la esclavitud y subordinación animal no-humana. Ese, en mi opinión, es el camino que nos garantizará realmente que seres como “Sacha” no mueran en medio de millones de guerras que tienen sus orígenes no solo en las desigualdades de clase social, sino en todas las demás relaciones de dominación, exclusión y opresión que inundan el planeta entero.
Texto de origen externo escrito por Iván Darío Ávila Gaitán e incorporado al Activista (No es el autor) por uno de sus administradores.